Una de las cosas más fascinantes es el proceso de auto-conocerse, entenderse, explorarse y comprenderse a uno mismo. ¿Porqué somos como somos? ¿Porqué cambiamos de forma de ser a lo largo de la vida? Muchos factores entran en juego en la composición de nuestra forma de ser, ninguno de ellos menos importante que los demás: lo que heredamos genéticamente, el ego y los arquetipos que desarrollamos, la programación imbuida, el condicionamiento social o las características del alma. Esta última, junto con la herencia genética, es lo que vamos a desarrollar un poco más.
Carácter hereditario
Una gran parte de nuestra forma de ser la determina la herencia genética que a través del ADN recibimos al nacer de nuestros padres. Cualquier característica que hayamos recibido por esta vía se reflejará en nosotros. Seremos más tímidos si nuestros padres lo han sido, seremos más tozudos, más abiertos, más pacientes, más nerviosos, más ordenados, etc., etc., si nos han traspasado esas características, y es posible que, aunque pudiendo tener un alma con unas cualidades completamente opuestas, sean las que conformen el carácter que la vía hereditaria nos ha dado el que predomine en nosotros durante toda nuestra vida.
El poder del alma
Cuando un Yo Superior encarna en un cuerpo físico ya tiene en cuenta con que tipo de “traje” va a tener que lidiar. La memoria celular, y las características genéticas que trae consigo se saben de antemano, y se buscan aquellos “vehículos” que más se ajustan a lo que necesitamos para nuestro propósito en esa encarnación. Probablemente nunca los parámetros serán óptimos al 100% (pues además hemos de escoger el entorno, el lugar, el momento histórico de nacer, etc., etc.), pero siempre se tendrán en cuenta y serán los más adecuados entre las opciones disponibles. Además se tiene en cuenta el poder del alma para “dominar” y “moldear” finalmente ese “traje” de acuerdo a los deseos de nuestro Yo Superior.
Según el tipo de encarnación
Según el tipo de encarnación que seamos (es decir, según estemos en un nivel que podemos llamar más “básico” o más “avanzado”), tendremos más “potencial” para controlar y gestionar el cuerpo que habitamos. Es como si fuéramos una lámpara conectada a un potenciómetro, cuando regulamos el potenciómetro podemos dejar pasar más potencia que da más luz a la lámpara. La lámpara es el cuerpo humano, la luz es el alma, y el potenciómetro el regulador del “poder espiritual” que poseemos. almas más avanzadas no tendrán problemas para cancelar, o controlar cualquier rasgo genético heredado que no les sirva o vaya a causar “problemas”. Por ejemplo, si hemos nacido con un rasgo genético de timidez bestial heredado de nuestros padres, pero nuestra alma necesita precisamente dar vida a una encarnación extrovertida, probablemente ese niño introvertido y tímido, a medida que se van acercando los momentos en los que lecciones y misión de esa encarnación deban llevarse a cabo se convierten de adultos en personas completamente abiertas, extrovertidas y sociales. Cualquier característica genética puede “sobrescribirse” si el poder “espiritual” del alma que encarna en ese cuerpo es lo bastante “fuerte” para hacerlo.
Aprendiendo a usar “el cuerpo”
Por otro lado, también es cierto que almas menos “avanzadas” simplemente dejarán el “control” de la personalidad con mucho más grado de dominio al carácter que haya sido heredado genéticamente, simplemente porque ese Yo Superior está aprendiendo y aun adquiriendo experiencias sobre el “vehículo físico” que usa para encarnar y evolucionar, por lo que nuestro potenciómetro de poder “espiritual” no deja pasar tanta energía y la encarnación se contenta con recoger experiencias y dejarse llevar por el “piloto automático” que el coche traía consigo. De nuevo, a más nivel evolutivo, menos transigente es el alma con la herencia genética y más la adapta a sus requisitos, pues como siempre decimos, tiene que ser esta alma, este Yo Interior, quien al fin y al cabo nos guie y oriente en la vida, y quien, cuando lo necesita, toma los mandos de la personalidad sea lo que sea que hereditariamente haya recibido.