Metafísica - Estructura de la realidad - Mente y Consciencia -  Sistema energético del ser humano 

Miedo a la libertad

“Una mañana, nos regalaron un conejo de Indias. Llego a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula. Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad”.

Eduardo Galeano, El libro de los Abrazos.

El miedo a ser libres es una de las cosas que más nos alejan de conseguir lo que queremos. Es curioso cómo no nos damos cuenta muchas veces de lo cómodo que se vive en nuestras jaulas de oro, y ha sido gracias a un artículo de Diego Lo Destro, un compañero coach de América Coaching en Argentina, que he pensado bastante sobre dónde están esos barrotes que, invisibles a veces, nos frenan de salir a conquistar el mundo, y, a perseguir nuestros sueños. El miedo a ser libre es como el miedo al éxito, es inconsciente, y por eso es tan difícil de destapar.

Construyendo nuestra jaula

Vivir en nuestra sociedad actual implica sin lugar a dudas vivir atrapado por múltiples presiones sociales y mediáticas para llevar un cierto estilo de vida, poseer un cierto número de cosas y comportarnos de una cierta manera. Los rebeldes, los que inconscientemente quieren escapar de esta válvula a presión que es el mundo en que vivimos, lo tienen muy difícil para salir del sistema y vivir sin restricciones de ningún tipo. Los barrotes de nuestra jaula se construyen desde nuestra infancia y durante toda nuestra vida con cosas que cada vez más nos atan a mil puntos distintos: el trabajo, las relaciones sociales, las posesiones materiales, el consumismo. Es prácticamente imposible romper esos cientos de mini-cadenas invisibles, y es por eso, muchas veces, que llevamos un ritmo que no podemos llevar, o no queremos llevar, pero del cual nos es imposible escapar.

Soñamos con irnos a otro país, a cambiar de trabajo y hacer algo que nos haga sentir más libres, soñamos con tener mucho dinero, porqué eso es lo que parece que nos va a dar la libertad que anhelamos. Pero no nos damos cuenta que cambiando de lugar, solo cambiamos el idioma de las cadenas, que cambiando de trabajo, solo cambiamos el tipo de anclaje que nos sigue atando, acumulando más dinero, solo nos ata a más miedo por perderlo. Entonces, ¿es que no se puede ser libre?

La libertad es una elección

Personalmente me ha costado entender que la libertad es una elección. Para alguien que tiene como valor principal en la vida ser libre y que cada día se pelea por encontrar la forma de librarse de horarios y ataduras geográficas para llevar a cabo lo que de verdad quiere llevar a cabo (filosofía no time, no place, que le llaman) demostrar que la libertad es una elección es ardua tarea.

Pero al fin y al cabo eso es lo que la libertad es. Para entender y aceptar el sentimiento de libertad debemos entender y aceptar su contrario: la dependencia. Depender de otros es lo que hacemos todos los días. Dependemos de que alguien traiga la comida al supermercado donde hacemos la compra, dependemos de que alguien nos pague la nómina a final de mes, dependemos de que alguien haga esto o aquello. Y así mismo, otros dependen de nosotros y nuestras acciones.

La dependencia en si misma no es mala. Pero existen dos clases de dependencia que son las que definen cómo vivimos el sentimiento de libertad.

Dependencia forzada y dependencia elegida

Cuando nos vemos obligados a aceptar algo que no queremos, y no tenemos más remedio que acatarlo, hablamos de dependencia forzada. No hay gran cosa que podamos hacer aquí, no tenemos libertad porque no podemos escapar de aquello que nos la quita. Sin embargo, este caso no es el más común, aunque lo parezca. En realidad, la mayoría de nosotros vivimos en términos de dependencia elegida, pero no aceptada, y por ende, disfrazada de dependencia forzada.

Es decir, nos quejamos de eventos y situaciones que nos rodean, les echamos la culpa de que nos impiden hacer esto o lo otro, cuando en realidad solo son los barrotes de una jaula cuya puerta está abierta, pero que no nos atrevemos a cruzar y nos negamos a ver que existe una salida. Compromisos que no queremos, relaciones que no deseamos, situaciones que no evitamos, todo forma parte del miedo a la libertad, porque, ¿y si cruzo la puerta?

El problema es que hay demasiados factores que nos ciegan, el temor a lo desconocido, el desasosiego por salir de nuestra zona de confort, el miedo a enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestros temores, pero sobre todo, el miedo a ser libres, a hacer lo que queremos y cuando queremos, en un mundo lleno de reglas que nos impone absolutamente todo lo que puede llegar a imponerse. Lo peor de todo es que no nos damos cuenta. Nos han metido tanto ruido mental en la cabeza que somos ese conejo que aún sabiendo que tiene la puerta abierta, prefiere irse al rincón del agua y la zanahoria y pretender que eso es todo lo que siempre ha querido de verdad en la vida.

 

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