Los seres humanos tenemos tendencia a resolver nuestras diferencias discutiendo, y muchas veces, depende de como de inflado esté nuestro ego, intentando machacar al oponente de forma que nos levantemos de la mesa, la sala o el lugar donde estemos, como héroes, mientras que la otra persona se encoge roja de rabia y más enojada aún si cabe por haber perdido la discusión.
Discutimos normalmente por un problema de autoestima, queremos tener la razón cuando creemos que se nos debe dar, y queremos defendernos de los ataques que otros puedan hacernos con sus comentarios, preguntas, insinuaciones o refutaciones de cualquier cosa que hayamos dicho. Pero, ¿realmente vale la pena discutir?
Leía una anécdota en el genial libro de Dale Carnegie «cómo hacer amigos y influenciar en la gente» en la que contaba que, en un banquete al cual asistió como invitado, el anfitrión dijo una frase célebre citando la Biblia como la fuente de la misma. Dale, que sabía a ciencia cierta que la frase provenía de otro lugar, tuvo la osadía de contradecir en público al anfitrión de la fiesta. Este, viéndose acorralado y contradicho, se enzarzó en una discusión con Dale para demostrarle que la frase provenía de la Biblia como él había dicho. Tras el tira y afloja uno de los compañeros de Dale le dio una patada por debajo de la pierna y dijo: «no Dale, nuestro anfitrión tiene razón, esa frase es de la Biblia«.
La discusión terminó aquí, y al salir de la cena Dale le preguntó a su amigo: «¿Cómo es que has dicho que la frase venía de la Biblia sabiendo perfectamente que no es así?». A lo que su amigo le dijo: «mira, venimos como invitados a una celebración en la cual has dejado en evidencia al anfitrión delante de todo el mundo. Si hubieses continuado por tu camino, no solo la cosa hubiera ido a más, sino que nunca podrías haber roto esa espiral ya que ambos estabais convencidos de que vuestra fuente era la correcta, y te hubieras ganado la enemistad de una persona solo por demostrar que sabías más que ella. ¿Vale la pena?»
Y es que en realidad nunca se puede ganar una discusión, porque si ganas imponiendo tus argumentos a la fuerza, hablando más alto, gritando más o dando más y más razones por las cuales tu tienes razón de forma que tu oponente al final no tiene más remedio que morderse la lengua, probablemente tu saldrás con la cabeza alta y bien descargadito, pero habrás conseguido humillar a la otra persona, dejarla mal delante del resto de asistentes y, por supuesto, muy raramente, no habrás conseguido que adopte tu punto de vista, sino que más bien te habrás ganado su rechazo y rencor por mucho tiempo. ¿Consideras a esto ganar?
Aceptar errores, desarmar al oponente
Hay formas mucho más sutiles de hacer que la gente te de la razón sin tener que herir los sentimientos de nadie. Básicamente se trata de ganar al oponente a tu forma de pensar o a tus razonamientos. Para ello nada mejor que desarmarlo desde el principio admitiendo que quizás tiene razón y que quizás estés tú equivocado, pero que simplemente quieres cerciorarte para estar seguro y comprobar otras fuentes.
Imagínate cómo hubiera sido la discusión de Dale si le hubiera dicho: «pues es posible que yo esté equivocado querido amigo, pero me gustaría comprobar la fuente consultando el libro ya que así aprenderé algo más y sabré que no era correcto lo que decía.»
Su adversario se hubiera quedado ya de entrada sin un muro enfrente contra el cual chocar y rebatir, y probablemente hubiera accedido amablemente a comprobar la Biblia a ver si su frase estaba allí, como él decía. Al ver que no lo estaba, suponiendo que Dale estuviera en lo cierto, este podría haber dicho simplemente: «pues miremos entonces en tal otro sitio a ver si es de allí.» Y bueno, evidentemente la otra persona hubiera «perdido» la discusión, pero sin haber causado ningún daño emocional ni haber herido ningún sentimiento.
Así que, antes de ponerte a discutir por cualquier cosa, acepta que igual estás equivocado y desarma a tu oponente, invítale a comprobar tu punto de vista con hechos, no con gritos. No intentes imponer a nadie una forma de pensar que sabes que no aceptará cuando se está discutiendo, sea en público o en privado, pues el ego propio, y la autoestima de las personas, no nos permiten declararnos como vencidos en tales situaciones. Si quieres ganar todas las discusiones, simplemente no discutas.