Voy a empezar una serie de entradas (ya que lo que tengo pensado explicar es bastante largo para un solo post) en el cual vamos a tratar de explicar con más detalle porqué el mundo que percibimos como «real», no lo es tanto. Ya he escrito algunos otros posts en este blog al respecto, pero voy a tratar de ir algo más lejos e intentar estructurar todo el proceso de creación de lo que llamamos el «mundo real».
Muchos de nosotros ya sabemos como hemos de crear la realidad que queremos, comprendemos el poder que tenemos para atraer hacia nosotros ciertos eventos, para evitar otros, o cómo aceptarlos cuando no parece que tenemos más remedio. Sabemos como funciona la parte “generadora” del mundo que vemos ahí fuera, sabéis que es nuestra glándula pineal la que actúa de proyector de la misma con el contenido de nuestros cuerpos sutiles, programas y formas mentales, pero quizás no sabemos cómo funciona la parte “receptora”. Es decir, mi cuerpo, mi mente, emiten ondas y pensamientos que se transforman en algo que yo percibo como real y que no es otra cosa que aquello que tiene una frecuencia similar a lo que yo emito, pero ¿cómo sé y percibo yo que eso que tengo es lo que he manifestado? ¿Cómo llega a construirse mi mundo real, el que veo con mis ojos, el que toco con mis manos?
Viendo con la mente
No son tus ojos ni tus manos los que perciben el mundo que llamamos “real”. Es tu cerebro y tu mente quien trabaja construyendo hologramas tridimensionales en base a, parcialmente, la información que recibe de los sentidos, y que, en realidad, no son más que la representación que considera válida para aquello que cree estar recibiendo. Y aun así, se inventa cosas. Pura ilusión. Vamos a ver si lo explicamos.
Todo aquello que percibimos como real no es más que una proyección mental en tres dimensiones de lo que nuestro cerebro y nuestra mente decodifica. Nuestros ojos no “ven”, es el cerebro el que “ve”. Los ojos son lentes que pasan información desde la retina hasta el cerebro, que es dónde se forma la imagen. Nuestros ojos son como las ópticas de las cámaras que dejan pasar la luz, esos haces energéticos que existen ahí fuera, y los envían hacia el interior de la mente para procesar esa luz, sin hacer, en ningún momento, juicios o presunciones sobre que representa.
El ojo no sabe que está recibiendo la energía lumínica de una silla o de un elefante, y francamente, le da igual, su función es simplemente transmitir el haz hacia el interior. Sin embargo, en el camino hacia el cortex visual del cerebro, los lóbulos temporales editan, recortan y filtran hasta un 50% del haz lumínico inicial, y solo esa parte editada de lo que en realidad habíamos percibido a través de la retina, es lo que llega al cerebro, que, entonces, se pone en marcha para “decidir” que es lo que está recibiendo, pasando la información a la mente, decidiendo a que corresponde esa energía que le ha llegado, y así construir a partir de aquí, la imagen en 3D de lo que cree tener delante.
Una reconstrucción basada en suposiciones
Así, si lo que “vemos” está basado en menos del 50% de una información captada del exterior, ¿cómo sabemos que es real y que es inventado? ¿Cómo se forma lo que percibimos como real para nosotros en nuestra mente? La respuesta es que el cerebro compone el otro 50% de información con datos de los que ya dispone en la mente, y en el cuerpo mental, de nuestra presunción de cómo debe ser el mundo de ahí fuera, de lo que “esperamos” ver en realidad y de todo aquello que tiene acumulado en los bancos de memoria y a los cuales tiene acceso, a través del condicionamiento y la programación con la que nacemos, a través de nuestro ADN. Por eso cada uno “ve” las cosas de forma diferente, porque básicamente su holograma final, su representación tridimensional de ese objeto o situación que ha creado, ha sido generada a imagen y semejanza de lo que ha “encontrado” por “aquí dentro” para construirla.
El viaje de la Luz
Tal y como describen David Icke en su libro “Tales from the Times Loop” y Michael Talbot en “El Universo Holográfico”, el viaje de la luz desde que es percibida por nuestros “sensores” (los ojos) hasta que nos enteramos que estamos viendo algo (construimos la imagen) es impresionante. La luz entra a través de la cornea y traspasa la pupila, que controla la cantidad que pasa para proteger nuestro sistema visual a través del iris. Esta luz que ha traspasado la pupila llega seguidamente al humor vítreo, una especie de masa gelatinosa que tenemos todos detrás de la pupila y finalmente el haz lumínico llega a la retina que captura la imagen, pero lamentablemente, lo hace solo en dos dimensiones y al revés, por lo que para poder terminar de discernir que es lo que estamos viendo, la luz es enviada al cerebro en el lóbulo occipital. Es aquí, y solo aquí, cuando el cerebro recompone la imagen, y la completa con aquella información que le pueda faltar, crea un holograma tridimensional del objeto e informa a nuestra consciencia que está “viendo” algo, que finalmente resulta ser una silla.
Si nuestro cerebro hubiera recompuesto la imagen como algo totalmente diferente, y sin hacer demasiado caso de la información recibida a través de la vista, o haciendo alguna asociación errónea respecto ese haz lumínico que está registrando, estaríamos convencidos de que estamos viendo cualquier otra cosa, y esta otra cosa sería tan real para nosotros, por ejemplo un armario, como esa silla, porque la realidad se construye en nuestra mente, no en el exterior de la misma. Y básicamente lo mismo pasa con lo que oímos y escuchamos. La información es filtrada por nuestro sistema auditivo y solamente en el cerebro construimos la realidad que mejor nos va acorde a lo que esperamos oír, creemos oír o hemos oído previamente. Por eso cuando se dice algo, dos personas recibiendo la misma información pueden interpretarla de forma totalmente distinta y estar convencidos que su versión es la correcta, y ya no hablamos de discusiones entre amigos o pareja, lo que uno oye sobre lo que dice el otro, si se registrara y luego se pasara de nuevo para ser escuchado, seria realmente de espectáculo, pues todos oímos muchas veces lo que nos interesa o esperamos oír, simplemente porque el cerebro rellena la información que le falta con lo que encuentra en el interior de la mente, y que concuerda con sus expectativas y creencias.
Y así con el resto de sentidos. Esto implica solo una conclusión, la realidad que vivimos es solo aquella que nos cuadra con nuestras ideas preconcebidas, aquella que nuestra mente interpreta tal y como le va bien y aquella que se ajusta a nuestros pensamientos, sensaciones, y expectativas. Básicamente, vivimos la realidad exterior en base a nuestra realidad interior: nuestro trabajo, nuestras amistades, nuestra familia, nuestra salud o nuestra abundancia material ¿Curioso, no? Ya hemos completado el círculo de la manifestación consciente. Como es adentro, es afuera.
En breve, la segunda parte.