Un cuento para entender el nacimiento de una raza – inspirada en los escritos de Robert Morningsky y de otras cosas que me han contado por ahí arriba.
En aquel remoto y lejano monasterio, donde una vez el anciano monje le explicó al joven discípulo la historia sobre los Jardineros de la Tierra, (parte 2 – parte 3) los estudios seguían su curso y la vía de comprensión de los misterios de la Creación constituían la motivación para avanzar por el camino de crecimiento personal que todos los neófitos se habían marcado con su ingreso en el lugar. Hoy iban a escuchar una historia largamente esperada, que les iba a llevar en volandas por los orígenes del nacimiento de las especies que habitaban esta y otras galaxias.
“Ha sucedido en tantos mundos- dijo el anciano monje – en tantas y tantas formas a lo largo de nuestro universo, que nadie podrá decirte nunca cuantas especies diferentes existen ahí arriba, en el firmamento. Los elementos que proporcionan la vida, la crean y la dotan de conciencia, se mueven de un sitio a otro, sembrándola de mil formas distintas… esa es la maravilla de la creación, en la que existen muchas, pero muchas formas de vida diferentes, cada una con sus propias características y peculiaridades. Cuando miréis hacia el cielo, no penséis que toda la vida es como la conocemos nosotros, pues cada célula, cada núcleo, que apareció en cada uno de esos mundos, dio lugar a diferentes razas y especies, y cada raza ha evolucionado por un camino diferente…
Recordad esto, jóvenes estudiantes, la hormiga que sube por el tronco de ese árbol donde os apoyáis no puede reconoceros como el ser humano que está a su lado mirándola. El ser humano se encuentra fuera de la realidad de la hormiga, y representa una forma de vida inconcebible para ella. Sus sentidos no son capaces de registrar la forma completa de lo que significa un ser humano. De la misma forma, los sentidos de la humanidad no son capaces de registrar y percibir la mayoría de formas de vida que existen más allá de nuestra comprensión, pues incluso los mejores instrumentos de nuestra ciencia no son más que extensiones de nuestros sentidos físicos. Para la hormiga, somos tan grandes, tan incomprensibles, que no puede imaginar que somos también una forma de vida como ella, así como para el ser humano existen formas de vida que cumplen la misma regla que nosotros respecto a la hormiga.
En nuestra galaxia, existen prácticamente tantas formas de vida como estrellas en ella, y la cosa más curiosa, quizás, es que la forma humanoide tal y como la conocemos es bastante común, quizás no para todas las especies que la habitan, pero desde luego no es la excepción. Sin embargo, la forma humanoide representa solo una configuración, pues os hablo de tener unas extremidades que nos permitan andar, unas que nos permitan asir cosas, un tronco y una cabeza, y esta forma ha evolucionado así desde muchos caminos diferentes, pues hay especies así que nacieron del desarrollo de lo que llamamos insectos, otros nacieron de aquello que relacionaríamos con peces, otros de especies homínidas y otros que evolucionaron desde una base reptoide o sauria.
– Maestro, por favor, explícanos el desarrollo de esas especies…¿Cómo llegaron a ser seres conscientes?…
– Eso haremos, pues precisamente varias de estas razas son la causa de que estemos nosotros aquí, y son la razón de la forma de vida que tenemos en este planeta. Quizás esto os haga sentir incómodos, pero recordad lo siguiente: lo importante cuando uno busca comprender las cosas es que no puede esconderse de los hechos, la verdad no se camufla en como nos gustarían que fueran o hubiesen sido los eventos, sino en aceptar lo que fue como fue. Sigamos ahora…
Hace mucho mucho tiempo, en un nuevo mundo, todavía en formación y cubierto con una niebla verde, en algún sitio cerca de la superficie de los recién creados océanos, pequeñas y diminutas criaturas nacían a la vida, y se convertían en las primeras formas de vida de ese planeta verde. Estas pequeñas criaturas vivían justo entre las aguas profundas y frías, y el mundo demasiado soleado y brillante de las aguas de la superficie. Con cada generación, las larvas se acercaban un poco más a esta, y poco a poco fueron también acercándose a tierra firme. Muchas de estas formas primitivas nunca sobrevivieron a los cambios que el planeta sufría, pero otras muchas fueron adaptándose y enfrentándose a las condiciones de la vida en la tierra, fuera del agua. Aprendieron a nutrirse de las plantas y la vegetación, y se fueron haciendo más fuertes y grandes, se multiplicaron y se hicieron enormes en número, tanto que muchas empezaron a combatir por los pocos recursos que había en las cercanías y también empezaron a nutrirse unas de otras. El instinto de supervivencia hizo que solo las más fuertes sobrevivieran en cada generación. A medida que los milenios pasaban, algunas desarrollaron pequeñas patas y extremidades, sus pieles se hicieron más duras, y los músculos que les permitían desplazarse crecieron y evolucionaron, aun no siendo nada más que pequeños insectos. Desarrollaron órganos pulmonares para dotarse de mayor capacidad respiratoria, y así la primera camada de especies reptantes nació en el nubloso planeta verde.
La vida en este lugar no era demasiado placida para estas pequeñas criaturas, era una lucha constante por sobrevivir y que durante millones de años las pequeñas especies luchaban entre ellas por los recursos, para obtenerlos, o para no ser el recurso de otros. algunas desarrollaron pequeñas alas, para poder defenderse de otras especies o alcanzar comida situada en lugares más altos, y de nuevo, milenio tras milenio las pequeñas criaturas reptantes fueron cada vez más fuertes, ágiles y mortales. Poco a poco, fue lo que conocemos como libélulas, aunque quizás en otro orden de magnitud y tamaño, la especie que en ese mundo empezó a dominar a las demás en el planeta verde, aunque podríamos decir que tenía una apariencia semejante a un cruce entre abeja y libélula, y se le llamaba “kheb”.
El kheb, fue evolucionando, creciendo en su instinto predador, conformando una forma de vida basada solo en la supervivencia, el ataque y la defensa de las otras especies de insectos y animales que habían florecido en el mismo planeta, y cuyos mecanismos de defensa también habían evolucionado, lo cual llevó a los khebs, por sus orígenes acuáticos, a mantener su mecanismo de reproducción mediante huevos ocultos en aguas poco profundas y tranquilas. Cuando un kheb nacía, su esqueleto parecía como un pequeño escorpión, con una especie de cola que los hacia aptos para poder defenderse de presuntos depredadores aun en su más tierna infancia. Sin embargo, debido al instinto predador de la raza, los khebs luchaban entre ellos mismos nada más nacer por los recursos y el territorio, y la especie crecía cada vez siendo más violenta en comportamiento respecto a las otras formas de vida animal del entorno.
La adaptación al medio era el único modo de salir adelante, y el kheb aprendió a hacer algo que ninguna otra especie del planeta verde sabia hacer hasta entonces. Aprendió a mutar dos veces en su vida para convertirse en un espécimen adulto, dos cambios completos de cuerpo, dos mutaciones. La primera ocurría nada más los pequeños kheb-escorpiones alcanzaban la edad madura, en la que, entonces, se anclaban a un árbol o a una roca y dejaban que su piel exterior se endureciera y se convirtiera en una potente y robusta coraza, protegiendo sus órganos interiores, que también empezaron a cambiar poco a poco. El kheb, tras esta mutación, ya no tenía pinta de escorpión, sino más bien se parecía a una mantis. Empezando a parecerse poco a poco cada vez más al saurio en el que un día se convertiría, el kheb fue desarrollando sus habilidades predatorias con mayor eficacia…
Un escalofrío recorrió la espalda de los alumnos…pues acababan de darse cuenta que este kheb era el ancestro de algunas de las razas de la que ellos tanto habían oído hablar…
Continuará…