A principios de 1906, el doctor Duncan MacDougall, hizo una serie de experimentos en el Hospital General de Massachusetts para determinar si era verdad que algo «invisible» abandonaba el cuerpo al morir una persona. Con este propósito, construyó una balanza capaz de registrar pesos muy pequeños, y, con personas en fase terminal, agonizantes, hizo pruebas, colocándolas (sin sacarlas de su cama), sobre uno de los platillos de la balanza, la cual equilibraba poniendo pesos en el platillo opuesto.
Al ir registrando caso por caso el peso de las personas que iban falleciendo, empezó a obtener resultados fascinantes, pues todas ellas perdían una media de unos 21 gramos en el momento de su muerte.
El propio Dr. McDougall hizo varios comentarios sobre sus experimentos publicados en The New York Times el 11 de marzo de 1907, diciendo:
«Cuatro médicos bajo mi dirección hicieron la primera prueba a un paciente moribundo con tuberculosis. Este hombre era un tipo normal, del habitual tipo estadounidense y de contextura normal. Le colocamos unas horas precedentes a la muerte en una plataforma de la báscula, que había construido y que se equilibra con exactitud. Cuatro horas más tarde cinco médicos asistían a su muerte. El instante en que la vida le dejó, el platillo opuesto cayó con una rapidez sorprendente, como si algo hubiera salido repentinamente de su cuerpo. Inmediatamente hicimos todas las deducciones habituales para la pérdida física de peso, y se descubrió que todavía había una pérdida de una onza de peso (21 gramos) inexplicable. He enviado otro paciente con la misma enfermedad, a punto de la muerte, para el mismo experimento. Era un hombre con el mismo temperamento y físico que el paciente anterior. Ocurrió el mismo resultado al morir. En el instante en el corazón dejó de latir hubo una disminución repentina y misteriosa en su peso.”
En todos los casos medidos, el equipo del doctor MacDougall notaba que, en el preciso momento en el que la persona agonizante exhalaba su último aliento, el platillo que contenía las pesas descendía súbitamente, elevándose, por consiguiente, el lecho con el cuerpo situado en el otro platillo, mostrando así que algo invisible, pero ponderable y pesado, había dejado atrás el cuerpo. En seguida, todos los diarios que se hicieron eco del experimento, anunciaron que el doctor Mac Dougall había “pesado el alma”.
No era el alma
Todas las tradiciones y escuelas de misterios acogen de buen grado, el hecho de que la ciencia moderna pueda ejecutar experimentos que la metafísica, o las enseñanzas esotéricas, han venido diciendo desde hace milenios, ya que ayuda a corroborar desde otros puntos de vista, y para otro tipo de personas con una concepción menos abierta a este tipo de ideas y conocimientos, lo que sabios de todos los tiempos siempre han conocido y transmitido en sus enseñanzas. Los experimentos del doctor Mac Dougall mostraron concluyentemente lo que clarividentes, chamanes y personas con percepción extrasensorial desarrollada han visto suceder, y contado, a lo largo de los siglos, el abandono del “vehículo físico”, de aquello que lo “ocupa”, cuando este es ya descartado y no necesitado.
Sin embargo, eso que registraron las balanzas del experimento no era el alma, pues esta pertenece a planos y niveles superiores de vibración, de energía, que ni el más sutil de nuestros aparatos sería jamás capaz de pesar. ¿Qué fue entonces lo que registró la balanza del doctor Mac Dougall? Nada más que la salida del cuerpo etérico, o cuerpo vital, como se llama también, y que es el primer cuerpo no físico que, junto con el resto del complejo multidimensional que somos, abandona al vehículo químico y orgánico cuando este fallece. El cuerpo vital, el cuerpo etérico, si que tiene peso, por ser y pertenecer aun al plano físico, aun en sus sub-niveles más elevados y superiores, compuesto por cuatro tipos de “materia etérica” diferentes, pero lo suficientemente denso para que pueda ser registrado por nuestros aparatos actuales de medida.
Como hemos visto en artículos anteriores sobre la composición de los cuerpos sutiles del hombre, las partículas o componentes del cuerpo etérico están “superpuestas” sobre el éter que envuelve cada partícula del cuerpo humano (lo que llamamos su matriz etérea) y permanece confinado allí durante la vida del cuerpo físico, aumentando ligeramente el peso del cuerpo denso de las plantas, de los animales y del ser humano. Al fallecer la persona, el cuerpo etérico se libera y desconecta, junto con el resto de nuestros cuerpos sutiles, y de ahí la disminución de peso notada por el doctor citado, cuando morían las personas con quienes experimentaba.
Probando en animales
El doctor Mac Dougall también utilizó sus balanzas para pesar animales agonizantes, pero, curiosamente, al principio no se notó disminución alguna, lo que le hizo entonces afirmar que los animales no tenían alma. Sin embargo, un poco más tarde, V. Twining, jefe del Departamento Científico de la Escuela Politécnica de Los Ángeles, volvió a intentar el mismo experimento con ratones y gatitos, que encerró en frascos de cristal herméticamente cerrados. Sus balanzas fueron las más sensibles que se pudieron conseguir en aquellos momentos, y todo el equipamiento fue metido dentro de una gran caja de cristal de la que se había sacado toda la humedad. Así, en estas condiciones, se vio que todos los animales perdían peso al morir. Una ratita, que pesaba 12 gramos, perdió súbitamente 3,1 miligramos, algo que con las condiciones de los experimentos anteriores no se había podido llegar a registrar.
En el mismo experimento, un gato perdió cien miligramos al agonizar, y al lanzar el último aliento perdió sesenta miligramos más. Después de eso siguió perdiendo peso muy lentamente debido a la evaporación. Así que las enseñanzas de la ciencia esotérica respecto a la posesión de cuerpos vitales por los animales fueron también vindicadas, cuando se emplearon balanzas suficientemente sensibles. El porqué el doctor MacDougall no pudo medir el cuerpo etérico de los animales con los que trató de repetir la experiencia del pesado del alma humana, es simplemente porque el cuerpo vital de los animales es proporcionalmente más ligero que el del ser humano. Pero, en todo caso, en ningún momento se puede llegar a pesar el alma, por ser un cuerpo de un nivel que no pertenece al plano físico y cuya composición energética no está dentro de los parámetros que el ser humano es aun capaz de percibir y/o medir.