Metafísica - Estructura de la realidad - Mente y Consciencia -  Sistema energético del ser humano 

La parábola del águila

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[La imagen de este artículo corresponde a un cuadro del artista Josep Cusó, titulado “El cuarto chakra“, simboliza la rotura de bloqueos en una meditación del chakra corazón, el hombre está dormido hasta que le toca la luz y puede romper el bloqueo y ver la realidad que hay detrás]

Las cosas siempre se ven mejor desde arriba, o desde fuera. De igual forma que no puedes solucionar un problema con la misma mentalidad y desde la misma posición en la que este ha sido creado, uno debe salir y ver las cosas desde otra perspectiva para poder cambiarlas. Y al igual que con los problemas de la vida, lo mismo sucede con nuestro crecimiento personal. Nunca podremos avanzar lo suficiente mientras no hagamos y ejecutemos cambios que nos hagan ver las cosas desde una nueva perspectiva, para poder elevarnos por encima de nuestras limitaciones y expandirnos para abarcar percepciones más amplias de lo que somos. Ese crecimiento personal pasa sin duda por reconocer nuestra verdadera esencia, porque no somos lo que nos han hecho creer, sino lo que queda cuando quitas lo que nos han hecho ponernos para pretender encajar en el mundo. El trabajo más duro del mundo es dejar de ser lo que nos han hecho ser, para ser lo que siempre fuimos. No somos una personalidad determinada, un nombre escogido al nacer, una profesión quizás equivocada o una ocupación impuesta por la sociedad. De hecho, si nos quitan todo eso, muchos de nosotros tendremos problemas para saber entonces que somos de verdad. Pero, lo que somos de verdad, es lo que queda cuando quitas todo eso, porque es el único momento en el que te sientes libre para abrir tus alas y, como dice James Aggrey en la parábola que os pongo a continuación, te das cuenta que siempre fuiste águila cuando te hicieron creer que eras pollo:

PARABOLA DEL AGUILA (de James Aggrey)

Erase una vez un hombre que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho. Se lo llevó a su casa y lo puso en su corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a conducirse como estos. Un día un naturalista que pasaba por allí, le pregunto al propietario por qué razón un águila, el rey de las aves y los pájaros, tenía que permanecer encerrado en el corral con los pollos.

– Como le he dado la misma comida que a los pollos, y le he enseñado a ser como un pollo, nunca ha aprendido a volar, respondió el propietario; se conduce como los pollos y por tanto no es un águila.

-Sin embargo, insistió el naturalista, tiene corazón de águila, y con toda seguridad se le puede enseñar a volar.

Después de discutir un poco más, los dos hombres convinieron en averiguar si era posible que el águila volara. El naturalista le cogió en sus brazos, suavemente y le dijo “Tú perteneces al cielo no a la tierra, abre las alas y vuela”. El águila sin embargo estaba confusa: no sabía qué era y al ver a los pollos comiendo, saltó y se reunió con ellos de nuevo.

Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó el águila al tejado de la casa y la animó diciéndole: “Eres una águila, abre las alas y vuela”; pero el águila tenía miedo del mundo desconocido y saltó otra vez en busca de la comida de los pollos.

El naturalista se levantó temprano al tercer día, sacó el águila del corral y lo llevó a una montaña. Una vez allí, alzó al rey de las aves y lo animó diciéndole “Eres una águila y perteneces tanto al cielo como a la tierra. Ahora, abre las alas y vuela”.

El águila miró alrededor, hacía el corral y hacía arriba, al cielo. Pero siguió sin volar. Entonces el naturalista lo levantó directamente hacia el sol; el águila empezó a templar y abrió lentamente las alas y finalmente con un grito triunfante, voló alejándose hacia el cielo.

Es posible que el águila recuerde todavía a los pollos con nostalgia; hasta es posible que de cuando en cuando vuelva a visitar el corral. Que nadie sepa, el águila nunca ha vuelto a vivir vida de pollo. Siempre fue un águila, pese a que fue mantenida y domesticada como un pollo.

Cuando el hombre aun no era hombre, todos éramos águilas, conectados a la sabiduría inagotable del Ser del que provenimos, viviendo en comunión con todo lo que existía en el planeta y en el universo. Cuando el hombre empezó a ser hombre (lhumanu, tras las primeras manipulaciones genéticas), empezamos a ser pollos, se introdujo el componente de la mente predadora en cada uno de nosotros, se nos desconectó de aquello de donde veníamos, y se nos dio la realidad subjetiva en la que vivimos, encerrando al planeta y su satélite bajo el paraguas de la malla energética “de control” de la que ya hemos hablado tantas veces. Milenios pasaron, y el hombre vivió como pollo sin saber que era águila. Pero llego el naturalista (millones de ellos), y nos dijeron que empezáramos a volar. Nos dijeron que extendiéramos las alas, y empezamos a hacerlo. Extender las alas dolía mucho, porque estaban llenas de programas y miedos insertados a los pollos para mantenerlos en el corral, pero a pesar de que varias plumas caían con cada esfuerzo por extender las alas, millones de supuestos pollos empezaron a abrirlas dejando ir las caretas que se habían puesto para poder adaptarse a la vida en el corral. Cuando la careta iba cayendo, la mente predadora se hacia más débil, y el águila recordaba más ser águila de verdad.

Hace poco, en una meditación, aquellos que yo llamo mis guías me dijeron “pase lo que pase, no mires atrás, mantente firme y siempre ve hacia delante”. Todos somos águilas, y hay que volar. Por mucho que quieran mantenernos como pollos, no hay nada ya que nos pueda atar al gallinero.

 

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